Un relato de Amilcar Viñas, asesor de viajes de Jetmar.
Vietnam nos recibió con un brumoso y cálido amanecer. Desembarcamos en el aeropuerto de Ho Chi Minhn engañados por el aire acondicionado de la moderna terminal, hasta que salimos al exterior y recibimos el opresor abrazo de los 30 grados centígrados y 90 por ciento de humedad ambiente. A las ocho de la mañana…
El país tiene más de noventa millones de habitantes y unos cuarenta millones de motos. Saigón es un mar de motos, una marea humana motorizada, ágil y sumamente desordenada; pero no hay gritos ni ademanes de protesta ni amenazas entre los conductores. Lo que hay es bocinas. De todo tipo y todo volumen. Es tal el concierto, que parece generarse un lenguaje en si mismo y las bocinas parecen decir «cuidado que vengo», o «cruzo yo y se acabó». Los cruces peatonales están marcados sobre el pavimento, pero aparte de generar cierto aire decorativo, no sirven para nada. No es el tránsito lo que más importa. La gente en cambio marca el espíritu de la ciudad. Es el espíritu de un pueblo que ha vivido unos mil años sufriendo guerras y divisiones forzadas. Es gente trabajadora y se nota en la calle, en el hotel, en el restorán. El guía que nos acompaña en los paseos y visitas emana una buena onda especial con su sonrisa y su buen humor. Es tanto lo que tiene para contarnos que la selección se le hace difícil para poder conjugar la belleza de la arquitectura colonial fracesa con templos budistas centenarios, sumándole además una buena cuota de los monumentos y edificios construidos después de la reunificación del país.
La guerra horrenda y ciega quedó atrás y pocas son las cicatrices que permanecen a la vista, pero no así en la memoria. Nunca más guerra, dice el país que vemos renacer como el ave fénix. En todas partes se construye, se reforma, se trata de mejorar la infraestructura. La política de economía de mercado nos muestra una sociedad de consumo que parece ignorar el rígido control del gobierno comunista. Hemos disfrutado del excelente café local en los Starbucks, admirado las vidrieras de Vuitton y Armani, siempre bajo la custodia silenciosa de la brillante bandera nacional, roja por supuesto y adornada con una estrella amarilla de cinco puntas.
Volamos al centro del país en Vietnam Airlines. Las sonrisas y la eficiente amabilidad se continúan en el cielo. Hue también nos recibe muy calurosamente en todo sentido y mientras nos llevan al hotel a través de una ciudad más bien sencilla, cae la noche. Llegamos a «La Residence», nuestra morada por los siguientes dos días. Un hotel muy especial, construido a fines de la década del 30, impecablemente restaurado y decorado por la cadena francesa Accor. Esperábamos encontrarmos con Hercule Poirot en cualquier momento. Ubicado juntomal río Perfume, fue nuestra lujosa base de operaciones para conocer monumentos históricos increibles.
Hue fue la última capital imperial de Vietnam. Pese a la cruenta destrucción, primero durante la guerra donde las tropas de Ho Chi Minh expulsaron a los franceses y después la guerra invasiva de los Estados Unidos, solo una parte de los monumentos se salvó. La Unesco ha reconocido como Patrimonio de la Humanidad la Ciudadela Imperial y los dos mausoleos de los emperadores Tu Duc y Khai Dinh. Con una muralla exterior de 10 kilómetros de perímetro, la Ciudadela, o Ciudad Imperial, nos recuerda la profunda influencia china en la cultura vietnamita. Después de los intensos bombardeos solo quedaron en pie uno de los cinco palacios, la biblioteca y poco más. Pero las autoridades locales y el apoyo internacional están devolviendo lentamente el esplendor a tan hermosa ciudadela. Tendremos que volver en unos cuantos años para admirar la restauración completa. Caminamos lentamente bajo el sol implacable entre las plazas, corredores y edificios, siempre acompañdos por un monotono e intenso coro de chicharras cuyo canto agregó un toque casi místico al paseo.
Nunca antes nos sentimos tan agradecidos por la invención del aire acondicionado como cuando llegamos al restorán donde almorzamos.
El persistente calor nos acompañó durante la visita a los mausoleos. Al final de la tarde y después de ascender los ciento treinta y tantos escalones del mausoleo de Khai Dinh, descubrimos el impresionante recinto mortuorio, una maravilla de cerámica y porcelana. Desde la terraza admiramos el paisaje tropical de colinas exuberantemente verdes, envueltas en una delicada bruma que acompañaba el ocaso. El sol parecía cansado y pesado, preocupado quizás por el trabajo que le esperaba en otros cielos. Toda la escena la contemplamos junto con una enorme y nívea estatua del Buda femenino que se levanta en un templo cercano. Aprovechamos y le pedimos a la diosa madre por una continuación feliz y segura de nuestro viaje.
El centro de Vietnam es un paraíso tropical. La ruta nacional que recorre de norte a sur el estilizado mapa del país, nos entretuvo con hermosas vistas panorámicas y tranquilas escenas rurales. Hay lugares donde los arrozales llegan, literalmente, a la orilla del Mar de la China. El color verde de los plantíos y el intenso azul del mar rivalizan en belleza con un cielo pintado de gigantescas nubes tropicales, de esas que uno no sabe bien si admirar o temer. Paramos en lo alto de Hai Van, el Paso de las Nubes. Allí tuvimos que caminar un poco para alejarnos del enjambre de vendedores y turistas para disfrutar el panorama y escuchar el silencio. No obstante, la belleza se ve limitada por la cruda prescencia de varios bunkers construidos por los estadounidenses durante la guerra. Fue interesante ver a turistas de todo el mundo sacándose fotos junto a los grises muros acribillados por ráfagas de metralleta, haciendo la V de la victoria, saltando para obtener instantáneas más vitales en un lugar que vio tanta muerte.
Llegamos junto a las costas del rio Hoi An, que entre los siglos XV y XVII fue uno de los puertos más activos del Sudeste Asiático. Recalada obligada de tantos barcos mercantes de tantas naciones, dice una crónica de la época que los miles de mástiles parecían un bosque en medio del agua. Hoy, Hoi An es un centro turístico que crece aceleradamente. Tuvimos que dividir el tiempo entre la enorme playa cuyo horizonte dibuja el lejano perfil de Las Filipinas y el casco histórico de la otrora pujante ciudad. Caminamos al atardecer, embelezados más allá del calor, por las estrechas callecitas. Miles de farolitos de seda adornan las fachadas de las centenarias casas, los árboles, las templos, las placitas. Y al oscurecer se encienden, nos iluminan el rostro y nos entibian el corazón con sus cálidos colores.
No podíamos dejar el centro del país sin visitar las Colinas de Mármol y recorrer un poco la ciudad de Dan An, desde donde volamos a Hanoi, la capital. Las solitarias colinas se levantan de improviso sobre la planicie que termina en el mar, en la famosa China Beach. Dentro de una de ellas, alojado en la enorme cueva, vimos otro templo budista. Escondida en las entrañas de la colina, la imágen parece contentarse con la visita de los fieles, los turistas y las inusuales luces intermitentes de colores que adornan el lugar. En Da Nang sacamos fotos al «Puente del Dragón», imponente estructura de metal amarillo que comanda la bahía de esta creciente ciudad, la tercera del país en tamaño. Visitamos el Museo Cham, repleto de restos arqueológicos de esta antigua cultura de orígen indio, hoy reducida a una minoría étnica, una de la cincuenta y cuatro que conviven en Vietnam.
Otro corto vuelo y ya estamos en la capital. Hanoi acaba de cumplir mil años de existencia y al avanzar hacia el hotel el caótico trafico nos trae recuerdos de Saigón. Nos quedamos apenas una noche para preparar nuestra excursión de dos días embarcados en la bahía de Ha Long. Nuestro guía no dice con cándido humor y convicción que que nos preparemos, porque esa visita será el día más importante de nuestras vidas.
El día en cuestión comienza con nuestro querido y cansado sol prometiéndonos un buen clima para disfrutar el ansiado paisaje hacia el cual nos dirigimos, lentamente, en nuestro ómnibus. El vehículo merece una palabra. Pese a ser un poco viejo y algo crujiente, dispone de unos asientos que reclinan desmesuradamente. Está ricamente decorado a lo largo de las ventanas y en lo alto del parabrisas con cortinados estampados que le dan el aspecto inusual de un autobus apto también para un cortejo fúnebre.
El viaje desde Hanoi hasta Cai Be en la bahía de Ha Long se extiende unas cuatro horas que discurren entre más arrozales y un tráfico pesado con muchos camiones. Es que el camino es el mismo que conduce a Hai Pong, el principal puerto de país. El puerto de Cai Be hierve de actividad turística. Llegamos al muelle en el momento que desembarcan los pasajeros que llegan del supuesto paraíso. En la terminal de la compañía naviera Indochina Sails nos reciben con refrescantes toallitas perfumadas, té helado con gengibre y la infaltable amabilidad.
Zarpamos y ya comienzan a servir el almuerzo. Desde los grandes ventanales del comedor lentamente comienza a aparecer un paisaje maravilloso y subimos a la cubierta superior para observar mejor el increible trabajo de la madre naturaleza. Mas de tres mil islotes crean un paisaje único que permite navegar a lo largo de canales y ensenadas. Son muchos los barcos que nos acompañan,pero no hay problema, porque hay belleza para todos.
De tarde nos embarcamos en pequeños botes de bambú para recorrer un pequeño pueblo flotante de pescadores. Reman los botes mujeres jóvenes y menudas, coronadas con sus sombreros cónicos de paja. Apenas podemos tener un pantallazo de la vida cotidiana de estas gentes. Una señora recoje ropa seca de una cuerda, tres niños pequeños juegan entre ellos, alguien descansa en una hamaca, todos vijilados desde el aire por un aguilucho oscuro y elegante que planea pacientemente en busca de alguna presa.
Al caer la noche el paisaje se torna mágico con los colores de la puesta del sol y las tenues luces de todos los barcos. La serenidad reinante y el arrullo del barco pormeten una buena noche de descanso. Me duermo y sueño con la bahía de Halong.
Amanecemos temprano, prontos para intentar una clase de tai chi en la cubierta superior. Después nos trasladan a la playa Titov donde ascendemos unos doscientos escalones para alcanzar el mirador y disfrutar de la vista panorámica, cosa que logramos hacer después de recuperar el aliento. El lugar reune una pequeña torre de Babel. Habemos uruguayos, franceses, chinos, españoles, australianos, belgas, en fin, está claro que el futuro de la industria vietnamita del turismo está garantizado. Luego descendemos con ciudado las empinadas escaleras para recibir el premio de un buen chapuzón en las aguas color esmeralda. A pesar que la playa es mas bien pequeña, no hay aglomeraciones y todos podemos disfrutar del momento.
Retornamos al barco y zarpamos de regreso a Cai Be mientra desayunamos despidiéndonos del increible paisaje, pero ya sentimos ganas de regresar a Hanoi para conocer la capital. La carretera angosta y urbana vuelve tedioso el regreso de más de cuatro horas, pero entre un poco de siesta y el intenso proselitismo sobre las conveniencias de convertirnos al budismo que proclama nuestro guía, tornan el viaje más llevadero.
También este hotel se encuentra ubicado en pleno centro de la ciudad, lo que facilita nuestras visitas. Salimos a realizar una caminata para ponernos en contacto con algunos de los principales puntos de atracción. Pasamos junto al majestuoso Teatro de la Opera Nacional de Vietnam, desde donde parten varias calles en estrella. Durante los años de la colonia, los franceses cambiaron el aspecto de la ciudad definitivamente y si bien perdió un poco de su encanto oriental, ganó en hermosas perspectivas y anchas avenidas. Siendo sábado todo el mundo se ha volcado en la calle a pasear en el parque a disfrutar con sus hijos. También vemos muchas parejas que acaban de casarse y están en plena sesión de fotos. La cantidad de peatones rivaliza con las hordas de motos y conviven la belleza del lago Hoan Kiem con el rugido del tránsito y la cacofonía de las voces. El sol se pone en un ocaso espléndido y la brisa del lago nos parece más fresca, ahora debe haber veintisiete o veinticho grados, nada más.
Llegamos a la plaza donde se levanta el enorme monumento en honor al emperador Ly Thai To, fundador de la ciudad. Está transformada en una pista de patinaje donde decenas de niños intentan el arriesgado deporte entre risas y llantos. Hay algunos que dominan el tema y zumban entre nosotros mientras intentamos sacarles fotos. Seguimos adelante con nuestro paseo y pasamos junto al antiguo Palacio del gobernador francés. En frente se levanta la sede central del Banco Nacional de Vietnam, erizada de banderas rojas en la cornisa. Al lado, el legendario hotel Metropole y las tiendas de Hermes, Valentino y más. Ya estamos de regreso frente a la Plaza de la Ópera y lentamente el grupo comienza a disgregarse buscando un buen lugar para cenar. Como Hanoi tiene tanto para ver, varios aventureros del grupo contratan los servicios de una empresa de turismo que realiza paseos por el centro en carritos de golf y allá salen rumbo al barrio antiguo que mañana todos visitaremos a bordo de cyclos, después de haber pagado nuestros respetos en el Mausoleo de Ho Chi Minh.
Es una verdadera bendición estar alojados en un hotel a prueba de ruidos ya que en la calle la competencia del calor con el ruido del tránsito alocado nos dificulta disfrutar de los atractivos de la ciudad. Por suerte amaneció nublado y los 40 minutos de cola para entrar al mausoleo del mayor héroe nacional se soportan bien. Es domingo y los parques y monumentos bullen de gente. Pero avanzamos siempre guiados por Thanh, nuestro cordial y eficiente guía. Antes de almorzar, vistamos el Templo de la Literatura, primera universidad del Sudeste Asiático. Dedicado a Confucio, no hace más que recalcar los más de mil años de constante influencia china, aunque hoy por hoy, las relaciones vietnamitas con el gigante asiático no están para nada bien.
El paseo en cyclo transforma al grupo en una larga caravana que transita precariamente entre los boncinazos de motos, camiones, buses, autos. Cuando un conductor de bicicleta o motociclo no tiene bocina, la emite con la voz. La variedad de bocinas humanas que oimos agregan una nota muy humana a todo el espectáculo.
Terminamos la jornada disfrutando con merecido aire acondicionado del famoso espectáculo de marionetas vietnamitas de agua. El tiempo pasa volando apreciando la presentación que es acompañada por una orquesta tradicional en vivo y hermosas cantantes que dialogan por momentos con las marionetas. Se trata de una tradición rural de muchos cientos de años, rescatada y mantenida por esta excelente compañía de profesionales.
Regresamos al hotel con la candidez encendida por el espectáculo y como mañana partimos de Vietnan hacia Camboya, brindamos con una copita de licor de arroz. Salud Vitenam! y gracias por la gente, los paisajes, los monumentos y por supuesto por la deliciosa gastronomía!
Fuente: Amilcar Viñas
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